Cuerpos que
danzan, imágenes que nos mueven.
Por Vivi Montes
(Lic. en Artes UBA)
Los cuerpos
danzan, se detienen, vuelven a andar, corren, trepan, se detienen, vuelven a
danzar. Son movimiento, aún en su quietud. Los cuerpos condensan la potencia
del sujeto. La imagen fija, la fotografía atrapa el movimiento y lo destruye,
dicen… Congela los cuerpos y como a cualquier objeto carente de vida los
inmoviliza, los inmortaliza. Pero ¿puede la foto ser cuerpo? Sí, las imágenes
capturadas por Lía Comaleras el pasado domingo en Ciudanza dan muestras de ello;
acompañan el acontecer performático de Anónimo,
el montaje presentado por Gustavo Lesgart en ciclo llevado a cabo el último fin
de semana en La Usina del Arte.
Estas imágenes
son cuerpo vivo de los cuerpos que se mueven, son mirada presente, situada y
autoconsciente. Ese es el punto en que consiguen transformarse en
acontecimiento y no ser solo retrato de un momento que se nos escapó ya de los ojos
y de nuestras vidas. Esta es la imagen que danza junto a los intérpretes
(Antonela Malonni, Helena Cadierno, Ignacio Plaza, Marcelo Chiummiento, Mauro
Appupliese, Lucas Coria, Martina Kogan, Lucía Costa, Pamela Van de Moortele,
Angie San Martino, Rodrigo Ramírez Gisbert, Jazmín Cañete, Érica Ventre, Paula
Tirelli, Pamela Jury Dayan, Ariel Calderón, Ezequiel Abreu, Gastón Barroso,
Eugenia Cao, Paula Robles, Lucila Cataife, Natalia López Godoy).
Anónimo como obra tiene
que ver con el sujeto –individual y colectivo-, con sus posibilidades –solo y
en comunidad- y termina en invitación para el público, porque el espectador es
también ese cuerpo que vibra en y con la obra y por lo tanto la obra se abre
para incluirlo y crecer. Las imágenes, en este sentido funcionan también dentro
de la obra, en paralelo o yuxtapuestas. Nada
como ir juntos a la par…. Se da entonces entre performance e imágenes un
juego de extrema vivencia, se contienen mutuamente como cajas chinas, como matrioskas,
pero simultáneamente visibles. La fotografía en el movimiento de los intérpretes
y acontecimiento en la imagen.
Y menos mal que
el arte se contiene y se hace espacio a sí mismo, porque si pensamos la obra
situada en La Usina del Arte hay que pensarla en un territorio bastante aquietado,
hostil. Todo sucedió en un contexto vacío de otras obras, las paredes blancas,
desnudas (porque es más que un auditorio, ¿no?). Todo sucedió en el exacto
tiempo-reloj que duró la presencia de los bailarines en escena, luego ya ni
lugar para los visitantes quedaba; había que despejar rápidamente las
instalaciones, tampoco había tiempo para conversar a sus puertas, comentar lo
vivenciado, también había que despejar rápido la entrada.
Por eso, porque
los gobiernos y sus gestiones pasan, pero los artistas y sus huellas quedan, compartimos
con ustedes, estimados mirones, algunas de estas imágenes para revisitar aquel
momento tan bello y enérgico como efímero en que nosotros (espectadores y
artistas) y La Usina estuvimos vivos, en movimiento, sucediendo.
Fotografías: Lía Comaleras