miércoles, 14 de diciembre de 2016

La plegaria popular es la pesadilla de la aristocracia, sobre Príncipe de las Pampas de Facundo Zilberberg


La plegaria popular es la pesadilla de la aristocracia, sobre Príncipe de las Pampas de Facundo Zilberberg

Por Gabriela Pignataro


Collares de perlas, batas de seda, el zigzag del hielo en el vaso de whisky. El cabello recogido, un jopo suntuoso despeja la frente que no suda. Tiemblan de angustia, por el foro el rictus de los labios apretados de la riqueza: un auto viejo, lustroso que avanza sin frenos por una calle de tierra y en picada.
La transpiración nerviosa de quien le ajusta el chaleco con medidas de antaño: la sastrería de etiqueta parece no ajustarse a la desgracia. Las clases altas sufren de vértigo en los balcones donde antes se pavoneaban reales. Fobia del afuera: ya no pueden abrir las ventanas, sin que el otro, ese otro que trae en su acento el peligro, ingrese como el viento. Invisible y ocupando cada centímetro que se respira.

Dolores y Titino conservan el respingo de aristocracia en la pendiente aguda de su voz, en lo tacaño de sus movimientos, en lo paranoico de las faltas. ¿Pueden volverse iconoclastas, quienes ahora tienen de si, solo una imagen que envejece? Los dos hermanos han llevado una vida de vidrieras: brillante, acomodada y a la moda. En maniquíes que enflaquecen, los disfraces descorren sus breteles y dejan lentamente, las manchas de nacimiento al descubierto.
Ambos han vivido como quien olvida el origen de las cosas y confía en una suerte de generación espontánea de las horas: los altares se levantan con piedras que existen más allá de la montaña.
La cumbre de éxtasis y consumo de Dolo y Titino se derrumbó y ya no hay manera de convertir los escombros en oro. El golpe de los cheques que rebotan, son boomerangs en la frente, la peor marca de todas: sangrar sobre lo blanco, en el horizonte el temible fantasma de la pobreza.
Eso jamás, antes muertos que arrugados ¿Qué dirán de ellos, quienes ni siquiera los nombran?
La fidelidad del artificio, los conduce a Máximo, un vecino bien como ellos. Máximo vive sumido en una hipocondría mustia y solitaria, que tiene frágiles fronteras entre las rabietas de un niño consentido y el ansia de un manipulador psicótico.
Como un ritual arcaico remanido en nuevas pieles, los lobos con piel de cordero importado rodean a su presa, un zorro glotón y lento. El zorro se hubiera convertido rápidamente en cuello de abrigo de no ser por la existencia de Arturo, el mayordomo.
Así es como en en un edificio paquete y pacato, se desata entre líneas el fuego santo entre civilización y barbarie.
Arturo viene del campo, trae el raid de bocas hambrientas que alimentar en su cuerpo ancho y en su voz gruesa. Es hombre de fé, pero no de aquella de santuarios que relucen con vírgenes y cristos inmaculados: se persigna ante Ceferino Namuncurá el de pie firme sobre el suelo de Río Negro.
El santito, aunque salesiano y encomendado a Dios, es para los cristianos de buenos bolsillos todavía un pagano. Ese otro, el otro mapuche, el otro indígena de voz de piedra y no de mármol.
La promesa divina de Arturo al santo y su convicción serán el mayor impedimento para Dolores y Titino, quienes a toda costa intentarán doblarlo en agua para su molino.
Nada será fácil de rezar en este rosario de creencias y estampitas quemadas, de delirium tremens y plegarias livianas como los billetes que se van como otoño por las ventanas.

Príncipe de las Pampas, nos ingresa en el estado de mayor éxtasis del teatro: el pasaje a la fiesta, la risa a través de la misma extrañeza ante el absurdo. Asistimos a un grotesco que reflexiona en él sobre los propios procedimientos del mismo en el uso compositivo del personaje de estereotipo como objeto dramático. Cuando tantas otras veces el emplazamiento escénico del personaje cliché revisitado sin profundizar sus dimensiones toma forma por falta de recursos performáticos, aquí se vuelve un gesto político: es en su exacerbación metatexto de lo real, que se reelabora de manera compleja.
Los elementos propios de la pieza se relacionan de manera específica que proponen postales que emanan destellos, guiños al núcleo duro de su contenido.
La obra posee la ductilidad de funcionar en su continuum y en la propia fragmentación interna de sus escenas: aquí su carácter plástico significativo, cada elemento enuncia en sí un relato.
Dolores chupando fervorosa una naranja mientras el jugo corre por sus manos y su cara se deforma, Arturo lustrando los zapatos en el borde de la zona lumínica. El relato, dentro del relato que desliza un texto invisible en lo verbal pero manifiesto en la atmósfera simbólica que lo sostiene todo.
El trabajo actoral deja entrever un preciso entrenamiento en el ritmo del absurdo y el grotesco, cuyos cuerpos enlazan y potencian, y no dejan que en ningún momento la tensión que mantiene nuestras bocas abiertas devenga en otra mueca.
La puesta en escena, resume efectivo el uso del espacio donde conviven dos casas en una, aunando las similitudes de los sujetos de una misma clase que se van distanciando en la acción propia de sus movimientos frente a la debacle: de la cuna de oro podrá venir, pero al polvo todos llegan, más o menos rasguñados nadie saldrá ileso.
Obras como estas, afirman el carácter político del teatro sin ser de manera explícita, teatro político. En un texto lúcido y locuaz, la ironía y el absurdo son reveladores del caos, pero también como arma de batalla: la risa de los de abajo es el desastre climático sobre la fiesta de los poderosos.
Ya sabrá el santito de la tierra descalza a que rezo hacerle caso.


Ficha técnico artística
Dramaturgia:Facundo Zilberberg
Actúan:Carla Appella,Fernando De Rosa,Felipe Llach,Jerónimo Vélez Funes
Maquillaje:Carola Fiadone
Diseño de vestuario:
Florencia Espinosa,Brenda Peluffo,Daniela Tuvo
Diseño de escenografía: Florencia Espinosa,Brenda Peluffo,Daniela Tuvo
Diseño de luces: Luciana Giacobbe
Diseño sonoro:Gonzalo Sentana
Realización escenográfica:Ángeles Rossi
Fotografía:Florencia Espinosa
Asistencia de dirección:Cecilia Soria
Producción ejecutiva:Mariana Morán Benitez
Dirección:Facundo Zilberberg