lunes, 21 de marzo de 2016

Des(a)nudar la escena. Sobre “La Wagner” de Pablo Rotemberg.

por Carolina Rodriguero



“La música es una mujer. La naturaleza de la mujer es el amor, pero este amor es receptivo 

y se entrega incondicionalmente en la percepción”. Richard Wagner.

Las vemos a ellas, estas cuatro mujeres, de potencia e intensidad llamativas, las vemos en 

su desnudez, en su accionar y despliegue por la escena, la violencia de los cuerpos, la 

danza de la carne. Sin la idea de castidad encarnada en ellas pero quizás sí insinuada en las 

sillas que les sirven de apoyo tapizadas de castos cinturones de cuero en un espacio 

también despojado. La desnudez se acerca al público en sus caminatas y lo enfrenta 

directamente, ojos que miran a los espectadores, cuerpos que se muestran ante ellos sin 

tapujos, ¿dónde se aloja el tabú? ¿En el cuerpo mismo o en el ojo de quien observa, de 

quien juzga?

La contradicción dada por el choque de cuerpos que parecen repelerse en el golpe, está 

insinuada también en la desnudez interrumpida por vendas que cubren las articulaciones 

y zapatillas en los pies. El propio Wagner era manifiestamente contradictorio y por ello ha 

sido elegido por Pablo Rotemberg para que su música haga vibrar a estas mujeres, 

bailarinas virtuosas, de miradas errantes entre gritos y jadeos. 




Hay más Wagner ahí que sólo su música, la idea de ciclo insinuada también en estas 

mujeres que nos muestran sus órganos dadores de vida, son agua de útero-germen. Dijo 

Wagner que la música es una mujer, o cuatro dirá Pablo Rotemberg, vemos mujeres que 

avanzan despojadas hacia el público, vemos mujeres mirarnos sentadas de frente 

observándonos, hipnotizándonos mutuamente, las vemos a estas mujeres golpearse la 

piel una y otra vez, el leitmotiv en el golpe y en el movimiento, ambos repetitivos, como 

repetitivas son sus caminatas  y las vemos al final acercarse nuevamente para saludarnos 

velada ya la desnudez después de que antes del apagón, nos llegaran sin las vendas ni las 

zapatillas. En toda su desnudez, el cuerpo como obra de arte total, versión de una 

representación de la naturaleza humana como buscaba Wagner en su obra, por lo cual 

resulta que su condición de mujeres y de cuerpos desnudos se ve excedida por el 

acontecimiento en sí, olvidándonos del constructo social del vestido y del que se ha hecho 

también acerca de la desnudez: lo natural/lo social, la intimidad, lo sublime/lo degradado, 

ideas en pugna con las que se juega para hacerlas chocar como más cuerpos en escena, la 

intensidad puesta a disposición para generar el movimiento y la pregunta. El fluido 

musical continuo de la obra wagneriana cuya unidad está dada por el leitmotiv, lleva a ese 

fluir agresivo de los cuerpos, que caen y se levantan, que se golpean el pecho para generar 

la fuerza que les permita inmolarse. En la escena la música y la danza están escritas con 

signos de admiración, como concebía Wagner que debía ser escrita la obra de arte total, 

composición que pretendía conjugar la poesía, la música, la danza, el teatro como los 

conjugan estos artistas de “La Wagner”. Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y 

Carla Rímola son las bailarinas, estas mujeres que no son solas, autosuficientes en sus 

instintos y desplazamientos.


La iluminación en esa sala del Espacio Callejón de paredes de ásperos ladrillos de piedra 

expuesta hace que sus sombras se delineen allí, se plasmen como las figuras dibujadas en 

una caverna platónica que explican a  través del mito ideas acerca de la existencia y la 

duda. La voz al micrófono y por fuera de él, aparece para gritar y para señalar como 

separadores los cambios de la música, para tararearnos una canción y en la intensa 

respiración que arroja guturales sonidos cada tanto. 

La violencia, la femineidad, la pornografía, el erotismo, el sexo y el abuso, el cuerpo 

humano, instaurados como temas polémicos a repensar a partir de unos cuerpos 

desnudos que nos interpelan, que volvemos a definir incesantemente configurándolos a 

través del lenguaje, ¿qué ideas depositaremos en esos sesenta minutos sobre esos 

cuerpos en trance, que desaparecen de la escena profundamente conmocionados como 

nos vamos nosotros, espectadores, en nuestros cuerpos? Cuerpos que son políticos que 

evidencian el conflicto, aquí se juega una vez más la contradicción como lo sintetiza el 

coreógrafo en estas palabras: “la música de Wagner tiene que ver con algo que me 

obsesiona desde siempre, porque hace referencia al judaísmo y al nazismo, un cruce que 

me espanta y a la vez me fascina”. Así como también está dada la disonancia en el efecto 

musical perturbador que, por su intensidad sonora, se acerca al recital de rock. 

Se pregunta Rotemberg: "¿Qué pasa cuando la violencia física, la sexual y la ajenidad del 

otro son vinculadas a este música demoníaca de Richard Wagner?" Todos los sábados las 

21 hs se vuelve a formular el interrogante para que juntos, espectadores y artistas, 

aventuren respuestas al aire.

Ficha técnico-artística

Dramaturgia: Pablo Rotemberg

Intérpretes: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza, Carla Rímola

Iluminación: Fernando Berreta

Objetos: Mauro Bernardini

Diseño de espacio: Mauro Bernardini

Edición musical: Jorge Grela

Video: Federico Lastra, Francisco Marise,

Banda de sonido: Jorge Grela, Phill Niblock, Pablo Rotemberg, Armando Trovajoli, Richard 

Wagner

Sonido: Guillermo Juhasz

Fotografía: Paola Evelina Gallarato, Juan Antonio Papagni Meca, Hernán Paulos

Diseño gráfico: Guillermo Madoz

Asistencia de iluminación: Facundo David, Héctor Zanollo

Asistencia de dirección: Lucía Llopis

Prensa: Marisol Cambre

Producción: Emilia Petrakis

Colaboración artística: Martín Churba

Coreografía: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza, Carla Rímola, Pablo 

Rotemberg

Dirección: Pablo Rotemberg

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