Ellos. Sus
cuerpos.
Sobre “Los
cuerpos” de Federico Fontán y Ramiro Cortez.
Por Carolina
Rodriguero
Un espacio
vacío, en silencio, y unos cuerpos de hombres, unos cuerpos animales que
aparecen con luz verde para habitarlo, generando otro cronotopo poiético. La
necesidad que tiene el cuerpo de poder ser expresado en palabras, de poder ser dicho,
no alcanza, entonces el cuerpo se manifiesta, se despliega, se tensa y cae, en
ese momento de movimiento instintivo que tienen los animales ante el peligro.
La conmoción del riesgo. El contacto del detalle. Es este el momento de
atravesar con palabras esos cuerpos, porque ellos nos hablan de otra manera:
dicen en la fricción de la piel, en los ruidos que se producen con el choque de
sus torsos.
Federico
Fontán y Ramiro Cortez nos embelesan con su fascinación por el acontecimiento
que incitan a crear. Son cuerpos brutalmente tumultuosos y eróticos,
turbulentos en la energía y en el devenir del movimiento. Más que ellos son sus
cuerpos, algo de la reacción ancestral, salvaje de los caballos, de los hombres
y sus bestias. Y el contacto, allí para el frío, para el calor, qué hacer con
cuánto menos lenguaje. La posibilidad de adentrarse en otros lenguajes y
transitarlos de la misma intensa manera. Este otro lenguaje: el de los ruidos,
las entonaciones, la respiración y el silencio, hasta los ruidos de las
articulaciones participan porque a través de ellos, los intérpretes se escuchan
en ese silencio inaugural, la necesidad del ruido, la necesidad del sonido
aurático del cuerpo en el éxtasis de la experiencia. Sonidos de movimientos
plásticos, de movimientos precisos en su inherente oscilación para llegar al
equilibrio.
La danza
fundida en la música de Martín Minervini hace una poética de la pura presencia.
La idea del eterno retorno en las secuencias repetitivas tiende a generar esa
especie de trance, secuencias similares
a los mantras que a través de la voz nos
introducen en un momento otro de lo cotidiano, produciendo ese encantamiento
del que tanto nos ha hablado Artaud y en el que la carne también se expresa.
Surge en
escena lo que parecerían ser accidentes que, muy bien coreografiados, generan
esa necesidad del contacto para danzar, sin el otro un cuerpo no podría hacer
lo que hace. Entramados por las piernas, queda como producto una ilusión óptica
simple y eficaz: torsos como maniquíes apoyados lateralmente
en el piso, despiertan para reconocerse en esas piernas continuamente activas
pero que no vemos, y la contradicción, la oposición que aparece, binarias
combinaciones en que pueden intrincarse esos cuerpos. La unión de dos partes de
dos cuerpos, inferior/superior, desnudo/vestido, beso/rechazo, arriba/abajo y
tantas más.
Ciro Zorzoli,
quien realizó la tutoría artística de esta labor creativa dirigida por los
mismos intérpretes, ha hablado del compromiso de los artistas con ellos mismos
y con sus deseos como creadores, partiendo del ensayo y el error, de la
incertidumbre, de la crisis, del accidente. Cuerpos en conflicto son cuerpos
críticos, son cuerpos políticos. Es el enfrentamiento el que genera la mutación
de estos dos cuerpos en una sola masa, un
poco hombres, un poco bestias.
Ficha
técnico artística:
Intérpretes:
Ramiro Cortez, Federico Fontan
Músicos:
Martin Minervini
Vestuario:
Alejandro Mateo
Iluminación:
Paula Fraga
Fotografía:
Ignacio Cángelo
Asistencia
general: Virginia Pérez Leiva
Dirección:
Ramiro Cortez, Federico Fontan
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