El campo, los cuerpos y un fuego silencioso que todo, lo devora
Sobre El Familiar de Gabriel Fernández
Chapo
Por Gabriela Pignataro
Un Tucumán en llamas, mucho antes de arder,
nos tracciona desde un presente impreciso hacia principios del siglo XX. En los
ingenios azucareros, lo dulce se vuelve veneno, bajo el yugo explotador de los
patrones y capataces que ejercen dominación en una perversa dialéctica de
persecusión y la sugestión. El látigo del poder repica con varias lenguas: los
aprietes y amenazas y la edificación del terror invisible: el mito de El
Familiar. Una bestia sin cara, con sombra, y riestra de sangre a su paso, que
chupa a la disidencia obrera hacia la zona del no retorno.
La obra, como un espejo circular, nos refleja
las caras dolientes de una familia campesina atravesada por la tragedia a través
del tiempo, desde 1930 hasta las espectralidades de la dictadura. Una genealogía
de hombres animados por el espíritu de la rebelión y de mujeres eyectadas a la
espera, el descuerpe y la silenciosa resistencia.
La voz que testimonia, sobrevive los fuegos y
desde una silla a la vera de una luz tenue, nos narra añejada y parsimoniosa
las estacas en el cuerpo familiar.
Ella ha sido la niña, la esposa y la madre
que creció al pie del abismo del eco de El Familiar, que voraz y hambriento “se
come” a los hombres de tres generaciones que levantan su puño en las narices de
los opresores de cada época.
Anarquistas, peronistas y comunistas, ismos
de cuerpos que desaparecen en las garras humanas del mito, succionados a la
evanescencia de la desaparición.
La historia familiar como condensación de un
país y sus terrores, micromundo de heridas, de lucha y de espera; se construye
aquí en punzante relato dramático habitado con intensidad y sutileza bajo una
poética de una memoria que al nombrarse se ilumina.
“El Familiar” de Fernández Chapo es una obra
de luces y sombras, de espejos que se reflejan unos en otros, donde las voces y
los recuerdos entran y salen;y en la evocación, se reconstruyen. Una familia
que se sesga, se parte, se lacera. Una familia que es, todas las familias del
gran tejido de la memoria.
La obra, nutrida de viscerales actuaciones
que se desdoblan, reencarnan una y otra vez en un falso deja vu de lo tortuoso
y con una puesta sencilla pero pregnante donde cada objeto presente condensa en
sí el mundo circundante; compone así una atmósfera sensible que atravesada de
zambas en vivo, trasladan sensorialmente al espectador a una geografía de aire
caliente, de ojos que rehuyen, de puertas que abiertas pero sin llave, esperan.
La fuerza del intento de encender candiles
que iluminen las fábulas siniestras, alas de cuervo que escondieron los crímenes
adheridos a las botas de los totalitarismos, la sombra de los sacos militares
agriando toda cosecha a su paso.
Y la vigencia de la denuncia: los casos de
lesa humanidad que no soleó la justicia se hermanan con los actuales reclamos
salariales y pedidos de visibilidad de las recientes represiones a los
trabajadores en Ledesma.
Lo dulce es un veneno, cuando es cosechado con sangre.
Ficha artístico técnica:
Autor: Oscar Vázquez
Elenco: Vivi Vázquez; Marcelo Vilaro; Lautaro Álvarez y Pablo Mounier.
Prensa: Simkin & Franco
Autor: Oscar Vázquez
Elenco: Vivi Vázquez; Marcelo Vilaro; Lautaro Álvarez y Pablo Mounier.
Prensa: Simkin & Franco
Asistente de dirección: Natalia Lagos Córdova.
Dirección: Gabriel Fernández Chapo.
Dirección: Gabriel Fernández Chapo.
Obra ganadora por
la 10° Edición de “Teatro x la Justicia”. El Ciclo “Teatro x la Justicia”
nace en el año 2007, a partir del encuentro de teatristas que coinciden en la
intención de poner en el centro de la escena la Justicia y los Derechos
Humanos, manifestándose en ese sentido.
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