jueves, 27 de abril de 2017

Frida Kahlo – Luces y sombras de Patricio Abadi.
Por Gabriela Pignataro

La obra expone el gran desafío que implica trabajar con el imaginario desbordado como altar de los muertos, aquellos cuyo nombre se imprime desde entradas enciclopédicas hasta el souvenir más pequeño, dónde el culto popular levanta ofrendas y agiganta la sombras a través de los años al pie de los velos negros del misticismo que las trágicas biografías encienden, repartiendo los secretos a las manos de los que como fieles moran la historia en busca de algún tesoro.
Hay difuntos vueltos íconos, los hay santos, imágenes cristalizadas en la reproductibilidad, en el mercado del arte y de la fé. ¿Cómo darles un cuerpo insospechado en la imaginería teatral, cuando tantos se han sorteado los retazos de sus ropas? Un cuerpo presentando al ausente, uno posible, no unívoco, imaginado, otra gramática para nombrarlo por fuera de las efemérides conocidas.
En la difusión de Frida, se anticipa que la pieza es parte de una tetralogía de Biografías Ficcionadas, y es a través de la capacidad ficcionalizante que es posible irrespetar la santa imagen de la pintora convertida en delgada estampa for export en los espacios de diseño.
Irrespetar en un sentido de profanación de la imagen sitiada, aniquilada y separada de la exhuberancia fatal en que todo lo que Khalo tocó, hubo convertido.




"La Frida" (como si aquél nombre propio, se hubiera sustantivizado en la común réplica de sus gestos post-mortem) se nos aparece como un brote, un cuerpo reptante que hace génesis en el centro de la escena. Una cama de hospital, sábanas blancas, una mesa de luz, cuadernos, bebida y cigarrillos, bastan para componer un vórtice centrípeto donde confluye toda tensión y toda atmósfera. El resto del espacio escénico se difumina, se torna prescindible. El centro late arrítmico, en los movimientos entrecortados, espasmo de una mujer que lleva en cada centímetro de piel todo su peso. Su rostro cruzado de igual manera por el dolor y el placer,  dimensiones que supo atravesar con prístina intensidad desde los primeros encantamientos del mundo en la infancia, hacia la clausura de este sobre ese mapa vivo lleno de cicatrices.
La estatización de los muertos, como cierto mecanismo de configuración pop, suele omitir las referencias directas  y crudas con lo nauseabundo, lo padeciente, lo maltrecho. El lado oscuro, bajo la forma de lo deforme (valga la redundancia) de los íconos es embellecido tanto como su costado más brillante, despojándolos de alguna manera de rasgos de su humanidad.

Esta Frida en cambio, llora, moquea, babea, delira, se ríe con toda visceralidad, odia y ama en partes iguales que no se anulan, sino que devoran y re-generan a la vez como serpiente de Uróboros. Se ensucia, nos incomoda, su proyección se distancia de las imágenes que probablemente hayamos construido, no nos entrega lo que esperamos. Y es esto acaso, un gesto político, la irreverencia, el gen indomable e inclasificable que volvía a la pintora tan única. Es su singularidad tan específica en una biografía tan compleja, condensada en unos pocos años de vida (apenas 47), que la vuelven imposible de recrear de manera completa, sin fugas, rendijas u omisiones de pasajes.
La obra apuesta a resaltar aristas de la sexualidad, el goce, la mirada sensible, el infinito romance con Rivera, las maternidades frustradas, lo político; bajo las condiciones de la luz y la sombra: ninguna existe sin la otra, se combinan para volver visible aquello que existe. Así como Frida no existió sin su cuerpo lleno de surcos o a pesar de él, existió con aquello como experiencia  habitable desde la cual tendió los hilos surrealistas que vivió como ensoñación encarnada.
Jimena Anganuzzi trabaja una Frida posible, que se aloja en cada movimiento dificultoso, en la lentitud pantanosa, en la conmoción. Darle un cuerpo a Frida es el riesgo mayor y la mejor apuesta frente a una biografía tan memorizada. Es el cuerpo dicente, testigo, contracción y expansión, que nos narra postales nuevas. Un fuera de campo agitado, eléctrico para el retrato que cuelga impávido en las tiendas de diseño.



Ficha técnico artística
Dramaturgia: Patricio Abadi
Actúan: Jimena Anganuzzi
Vestuario: Paola Delgado
Escenografía: Paola Delgado
Iluminación: Ricardo Sica
Maquillaje: Merlina Molina Castaño
Diseño sonoro: Malena Graciosi
Fotografía: Nora Lezano
Asistencia de dirección: Paula Marrón
Prensa: CorreyDile Prensa
Dirección: Patricio Abadi
Duración: 50 minutos

CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIÓN
Corrientes 1543 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 5077-8000 int 8313
Web: http://www.centrocultural.coop
Entrada: $ 230,00 - Sábado - 20:00 hs - Hasta el 24/06/2017 


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