Frida Kahlo – Luces y sombras de Patricio Abadi.
Por Gabriela Pignataro
La
obra expone el gran desafío que implica trabajar con el imaginario desbordado
como altar de los muertos, aquellos cuyo nombre se imprime desde entradas
enciclopédicas hasta el souvenir más pequeño, dónde el culto popular levanta
ofrendas y agiganta la sombras a través de los años al pie de los velos negros
del misticismo que las trágicas biografías encienden, repartiendo los secretos
a las manos de los que como fieles moran la historia en busca de algún tesoro.
Hay
difuntos vueltos íconos, los hay santos, imágenes cristalizadas en la
reproductibilidad, en el mercado del arte y de la fé. ¿Cómo darles un cuerpo
insospechado en la imaginería teatral, cuando tantos se han sorteado los
retazos de sus ropas? Un cuerpo presentando al ausente, uno posible, no
unívoco, imaginado, otra gramática para nombrarlo por fuera de las efemérides
conocidas.
En
la difusión de Frida, se anticipa que la pieza es parte de una tetralogía de
Biografías Ficcionadas, y es a través de la capacidad ficcionalizante que es
posible irrespetar la santa imagen de la pintora convertida en delgada estampa for export en los espacios de diseño.
Irrespetar
en un sentido de profanación de la imagen sitiada, aniquilada y separada de la
exhuberancia fatal en que todo lo que Khalo tocó, hubo convertido.
"La Frida " (como si aquél
nombre propio, se hubiera sustantivizado en la común réplica de sus gestos
post-mortem) se nos aparece como un brote, un cuerpo reptante que hace
génesis en el centro de la escena. Una cama de hospital, sábanas blancas, una
mesa de luz, cuadernos, bebida y cigarrillos, bastan para componer un vórtice
centrípeto donde confluye toda tensión y toda atmósfera. El resto del espacio
escénico se difumina, se torna prescindible. El centro late arrítmico, en los
movimientos entrecortados, espasmo de una mujer que lleva en cada centímetro de
piel todo su peso. Su rostro cruzado de igual manera por el dolor y el
placer, dimensiones que supo atravesar
con prístina intensidad desde los primeros encantamientos del mundo en la
infancia, hacia la clausura de este sobre ese mapa vivo lleno de cicatrices.
La
estatización de los muertos, como cierto mecanismo de configuración pop, suele
omitir las referencias directas y crudas
con lo nauseabundo, lo padeciente, lo maltrecho. El lado oscuro, bajo la forma
de lo deforme (valga la redundancia) de los íconos es embellecido tanto como su
costado más brillante, despojándolos de alguna manera de rasgos de su
humanidad.
Esta
Frida en cambio, llora, moquea, babea, delira, se ríe con toda visceralidad,
odia y ama en partes iguales que no se anulan, sino que devoran y re-generan a
la vez como serpiente de Uróboros. Se ensucia, nos incomoda, su proyección se
distancia de las imágenes que probablemente hayamos construido, no nos entrega
lo que esperamos. Y es esto acaso, un gesto político, la irreverencia, el gen
indomable e inclasificable que volvía a la pintora tan única. Es su
singularidad tan específica en una biografía tan compleja, condensada en unos
pocos años de vida (apenas 47), que la vuelven imposible de recrear de manera
completa, sin fugas, rendijas u omisiones de pasajes.
La
obra apuesta a resaltar aristas de la sexualidad, el goce, la mirada sensible,
el infinito romance con Rivera, las maternidades frustradas, lo político; bajo
las condiciones de la luz y la sombra: ninguna existe sin la otra, se combinan
para volver visible aquello que existe. Así como Frida no existió sin su cuerpo
lleno de surcos o a pesar de él, existió con aquello como experiencia habitable desde la cual tendió los hilos
surrealistas que vivió como ensoñación encarnada.
Jimena
Anganuzzi trabaja una Frida posible, que se aloja en cada movimiento dificultoso,
en la lentitud pantanosa, en la conmoción. Darle un cuerpo a Frida es el riesgo
mayor y la mejor apuesta frente a una biografía tan memorizada. Es el cuerpo
dicente, testigo, contracción y expansión, que nos narra postales nuevas. Un
fuera de campo agitado, eléctrico para el retrato que cuelga impávido en las
tiendas de diseño.
Ficha
técnico artística
Dramaturgia:
Patricio Abadi
Actúan:
Jimena Anganuzzi
Vestuario:
Paola Delgado
Escenografía:
Paola Delgado
Iluminación:
Ricardo Sica
Maquillaje:
Merlina Molina Castaño
Diseño
sonoro: Malena Graciosi
Fotografía:
Nora Lezano
Asistencia de dirección: Paula
Marrón
Prensa: CorreyDile Prensa
Dirección: Patricio Abadi
Duración: 50 minutos
CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIÓN
Corrientes 1543 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires -
Argentina
Teléfonos: 5077-8000 int 8313
Web: http://www.centrocultural.coop
Entrada: $ 230,00 - Sábado - 20:00
hs - Hasta el 24/06/2017
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