lunes, 12 de agosto de 2019


No hay nada más prolijo que devorarse a los propios hijos.
Sobre Tiestes y Atreo de Emilio García Webhi

Por Valeria Arévalos

Una escena post apocalíptica desplegada en todo su esplendor: autos destruidos y abandonados, paredes sucias cubiertas de moho, oscuridad y despojos. Ante ese paisaje un ser, mezcla de coro, demonio y malos presagios, se encarga de declamar la tragedia. Un grupo de niñas vestidas de azafata se presentan empoderadas ante una historia escrita y protagonizada por adultos. Se organizan, diseñan estrategias, si repiten una y otra vez malas palabras…estas perderán su poder. Si se paran en el lugar del victimario, la historia dejará de pasarlas por encima… o quizás no.



Webhi divide la narración en dos actos: Escila y Caribdis, entre la espada y la pared, entre dos peligros imposibles de sortear, alejarse de uno nos llevaría al brazo del otro. La tesis de la obra es clara: la historia la escriben los adultos, la infancia es tachada, consumida, devorada, anulada. En Escila este planteo se plasma de manera eficaz enfrentando a las niñas-azafatas con una legión de monstruos para luego, tomar las riendas del poder y someter a un interminable ejército de payasos en una suerte de eterno retorno a un campo de concentración. En clara referencia a la religión, “Dejad que vengan a mí” es la leyenda que corona la entrada de ese campo, lxs espectadorxs podemos leerla y eso nos ubica inmediatamente afuera, somos libres. También lo son los payasos siniestros que pasan por ese portal para ir quien sabe dónde. Lo que sí sabemos es que el miedo impuesto a la infancia es el miedo equivocado. Temerle a seres inexistentes no las salvará de la tragedia final.


Caribdis retoma la obra de Séneca en torno a una gran mesa, símbolo de encuentro familiar, de comilonas entre hermanxs, de hogar. En este caso, no, nada de eso. La tragedia propiamente dicha sucederá aquí, en una representación bacanal del canibalismo ignorante. El mundo de los mayores devorando una y otra vez a las nuevas generaciones. No es extraño que el horror se repita cuando los mecanismos siguen siendo los mismos.


La falta de una palabra que defina lo irrepresentable, la pérdida de un hijo, dialoga con la dificultad de representar la muerte en escena. Aquello que no podemos imaginar por demasiado terrible, rompe las reglas del decoro y nos lleva a mirar hacia un costado. Acá las hijas serán carne, sus textos desde el más allá llegarán demasiado tarde, nada cambiará. 

Ficha técnico artística


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