Por Vivi Montes (Licenciada en Artes - UBA)
Cuando todo estuvo preparado, las mujeres se soltaron los cabellos y pusieron en el suelo las velas fúnebres y las encendieron siguiendo la costumbre de sus padres; y se sentaron en el suelo en corro para lamentarse, y durante toda la noche lloraron y rezaron. Muchos de nosotros nos paramos a su puerta y sentimos que descendía en nuestras almas, fresco en nosotros, el dolor antiguo del pueblo que no tiene tierra, el dolor sin esperanza del éxodo que se renueva cada siglo.
Primo Levi – “Si esto es un hombre”
Polonia, 1962. En
hermoso blanco y negro sucede entre un marcado juego de luz y de sombra la
belleza del cine en todo su potencial. Entre la luz y la sombra como andar y
desandar el camino que devela la propia Identidad. Ana va por ella, sin
saberlo, por obligación. Ser o no ser…
Desde mi butaca quise
asir -con mi mirada, con mi cuerpo todo- cada plano, todos y cada uno de los
planos de la película, quise guardármelos con su belleza y su punta de lanza.
La belleza de Ida se transforma en espacio, no se trata únicamente de una
maravillosa composición poética. La belleza de Ida alberga; hay en ella
sitio para el dolor, para la memoria, para la búsqueda y la pregunta. Hay en
ella lugar para el horror de los padres arrebatados a sus hijos, de los hijos arrebatados
a sus padres, para el horror de la Identidad velada y de los muertos en tumbas
sin nombre, de los muertos sin rito.
Enterrar a los padres, quitar el velo y ¿debajo del velo de Ana? Debajo del velo, Ida. Ida hermosa, pelirroja con su hoyuelo. ¿Y después del velo? Después del velo, el amor. Después del velo Ida hermosa, pelirroja con su hoyuelo. Después del velo rasgado, la vida y finalmente la pregunta: ¿Ana o Ida?
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